LA GUARDIA PATRIÓTICA ARGENTINA
Nuestra guardia surge por la necesidad que nos urge como Católicos herederos de la Hispanidad Cristiana, nacidos en una Patria protegida desde sus inicios con el manto de Nuestra Santa Madre María Santísima, la cual llevamos los argentinos como emblema. Tenemos como destino marcado por la Providencia rescatarla de los males que la someten, a los cuales ninguno de nosotros somos ajenos pero al notar que estos perduran nos convertimos en simples espectadores de la gran lucha que se da entre los Reinos de Cristo y Satanás. Debemos enarbolar nuestro emblema y luchar para que Cristo Nuestro único Rey gobierne en nuestras sociedades.
Nuestra labor es trasmitir la verdad sobre la necesidad de Reconstruir una Patria Digna y Soberana, y por sobre todas las cosas Libre en Cristo Rey, quien es el Camino, la Verdad y la Vida y solo en Él llegaremos a marcar en la historia el designio que a cada uno Nuestro Creador ha dispuesto por su voluntad desde toda la eternidad.
Nuestra patria debe ser reconstruida en orden a lo que desde hace tiempo nos señaló con su gran intelecto el Padre Julio Meinvielle, que es una gran bendición de Dios que el haya nacido en nuestra patria y nosotros no debemos desaprovechar tal obra.
Nos hemos tomado el atrevimiento de colocar un fragmento de esa gran obra del padre Meinvielle que se titula “El comunismo en la revolución anticristiana” a fin de entender como es la verdadera sociedad.
Nuestra Guardia se ha hecho partícipe del pensamiento del Padre Julio y lo ha plasmado en nuestro Escudo de Armas a fin de que al mirarlo sepamos vivir y morir por el reinado de Cristo.
Nuestra labor es trasmitir la verdad sobre la necesidad de Reconstruir una Patria Digna y Soberana, y por sobre todas las cosas Libre en Cristo Rey, quien es el Camino, la Verdad y la Vida y solo en Él llegaremos a marcar en la historia el designio que a cada uno Nuestro Creador ha dispuesto por su voluntad desde toda la eternidad.
Nuestra patria debe ser reconstruida en orden a lo que desde hace tiempo nos señaló con su gran intelecto el Padre Julio Meinvielle, que es una gran bendición de Dios que el haya nacido en nuestra patria y nosotros no debemos desaprovechar tal obra.
Nos hemos tomado el atrevimiento de colocar un fragmento de esa gran obra del padre Meinvielle que se titula “El comunismo en la revolución anticristiana” a fin de entender como es la verdadera sociedad.
Nuestra Guardia se ha hecho partícipe del pensamiento del Padre Julio y lo ha plasmado en nuestro Escudo de Armas a fin de que al mirarlo sepamos vivir y morir por el reinado de Cristo.
¡¡LIBRES EN CRISTO REY!!
La ciudad Católica y las cuatro dimensiones del hombre
La ciudad católica medieval (decimos medieval porque puede haber un ciudad católica de otro signo histórico, como la que esperamos se realice en el período próximo) señala un punto culminante de la cultura humana. Un punto culminante porque es ella se alcanza en lo esencial la perfección a que puede llegar el espíritu humano.
Y en esto señalamos el criterio que nos debe guiar en la apreciación de las culturas.
Una cultura no es más que “el hombre manifestándose”, una cultura será tanto más rica cuanto más ricas sean las manifestaciones del hombre.
El valor de esas manifestaciones se debe ponderar de acuerdo a su contenido de realidad. La Realidad subsistente es Dios, de quien deriva todo bien y de quien todo bien finito no es sino participación. De aquí que una cultura será tanto más rica cuanto más divinas, cuanto más cercanas a Dios sean las manifestaciones del hombre.
El hombre es un conflicto de potencia pura y acto puro, puede realizar culturas tan diversas como la divina de la Edad Media y la diabólica de la Rusia comunista.
El hombre es un conflicto de potencia pura y de acto puro, hemos dicho. Es potencia pura porque, como explican Aristóteles y Santo Tomás, el entendimiento humano está en potencia con respecto a todos los inteligibles, y por ello el hombre al principio es como una tabla rasa, en la cual no hay nada escrito. Es acto puro porque, gracias a la actividad del entendimiento agente, puede actualizarse todo inteligible. Puede elevarse, pues, desde la realidad más ínfima hasta Dios por participación, o puede contentarse con ser sólo hombre, como acaeció en el racionalismo de la edad clásica, o puede convertirse en animal, como sucede en el hombre del siglo XIX, o puede ser simplemente “cosa”, como se empeña en convertirlo la dictadura proletaria.
En el hombre, conflicto de potencia pura de acto puro, coexisten, desde la redención, cuatro formalidades fundamentales que explican las cuatro etapas posibles de un ciclo cultural.
En efecto, el hombre es algo, es una cosa. El hombre es animal, es un ser sensible, que sigue el bien deleitable.
El hombre es hombre, es un ser racional que se guía por el bien honesto.
Y por encima de estas tres formalidades, el hombre, participando de la esencia divina, está llamado a la vida en comunidad con Dios.
Existen, pues, en el hombre, cuatro formalidades esenciales:
La formalidad sobrenatural o divina.
La formalidad humana o racional.
La formalidad animal o sensitiva.
La formalidad de realidad o de cosa.
En el hombre normalmente constituido (digamos también en una cultura normal), estas cuatro formalidades deben estar articuladas en un ordenamiento jerárquico que asegure su unidad de dinamismo.
Y es así que el hombre es algo para sentir como animal; siente como animal para razonar y entender como hombre; razona y entiende como hombre, para amar a Dios como Dios. O sea: la formalidad de realidad que hay en él debe estar subordinada a su función de animal; la de animal, a su función de hombre; la de hombre; a la sobrenatural.
Lo cual se comprueba aun en el campo experimental por el hecho de que los procesos fisicoquímicos del hombre están al servicio de las funciones vegetativas del hombre, ésta al servicio del funcionamiento normal de los sentidos; la vida sensitiva asegura, a su vez, la adquisición de las ideas y la vida psicológica superior, con todo el ordenamiento económico, político y moral, que no es más que un medio para que el hombre se ponga en comunicación con su Creador. Por esto, profundamente ha podido escribir Santo Tomás de Aquino que todos los oficios humanos parecen servir a los que contemplan la Verdad.
En otras palabras: la mística, la contemplación de los santos, que no es sino el ejercicio más alto de la santidad, es el destino más elevado de todo hombre; y así como no puede haber hombre más humano que el santo, no puede haber cultura más cultural (de mayor densidad cultural) que aquella que esté bajo el signo de la santidad, como lo estuvo dentro la inevitable imperfección de lo terrestre la cultura medieval.
Si estas cuatro formalidades que constituyen al hombre son proyectadas socialmente, se tienen cuatro funciones bien caracterizadas:
A la formalidad de cosa responde la función económica de ejecución – trabajo manual--, que cumple el obrero en un oficio particular;
A la formalidad de animal corresponde la función económica de dirección –capital--; que cumple la burguesía en la producción de bienes materiales;
A la formalidad de hombre corresponde la función política—aristocracia , gobierno de los mejores en su sentido etimológico, que cumple el político en la conducción de una vida virtuosa de los demás hombres;
A la formalidad sobrenatural corresponde la función religiosa del sacerdocio, que se ocupa de conducir los hombres a Dios.
Antes de indicar cuál es el ámbito propio de cada una de esas funciones, observamos que las tres primeras son del derecho humano, es decir, pueden revestir diversas formas de realización, con tal de que se respete su naturaleza esencial; no así la cuarta, el sacerdocio, que por voluntad de Cristo tiene circunscripta su forma concreta de constitución en el episcopado unido con el Pontífice Romano. En efecto, Jesucristo, el hijo de Dios, a quien le ha sido dado todo el poder en el cielo y en y en la tierra, ha comunicado su misión al episcopado en unión con el Pontífice de Roma cuando en las personas de Pedro y de los apóstoles ha dicho: “ Id, por lo tanto, y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”.
Hemos de exponer ahora las atribuciones propias de los grupos sociales que desempeñan estas funciones. El sacerdocio, digamos la Iglesia, tiene como función asegurar la vida divina del hombre, incorporándolo a la sociedad de los hijos de Dios y manteniéndolo en ella. Para eso la Iglesia ejerce funciones de Maestra, y en este carácter es depositaria e intérprete auténtica de todas las verdades reveladas por Dios al hombre. Ejerce funciones de sacerdote, y en este carácter, santifica con la virtud que brota del sacrificio perenne a todos sus miembros pecadores. Ejerce funciones de Pastor y en ese carácter, rige la conducta de los hombres. Su dominio se extiende a todo el ámbito de lo espiritual, sea interno o externo, privado o público, individual, doméstico o social. Nada que de un modo u otro tenga atingencia con el orden eterno está sustraído a su jurisdicción. Si el gobierno temporal de un príncipe perjudica a la gloria de Dios y a la salvación eterna de sus súbditos, la Iglesia puede y debe, en virtud de su universal jurisdicción en lo espiritual, aplicar medidas de coerción contra el príncipe, que pueden llegar hasta la deposición.
La función política, fundamento de la aristocracia tiene como fin propio hacer virtuosa la convivencia humana. El ser humano debe vivir en sociedad para lograr su perfección. Y la realización de la virtud es función propia de aquella clase social que en una y otra forma tiene en sus manos la función política. La cual no puede ser sino aristocrática, esto es, gobierno de los virtuosos en la acepción etimológica, ya que sólo quien posee la virtud puede hacerla imperar.
La aristocracia no define en qué consiste la virtud. Eso es atribución del poder sacerdotal, según aquello de que “los labios del sacerdote guardarán la ciencia y de su boca aprenderán la ley”.
La aristocracia lleva a la realización práctica el estado de virtud cuyo conocimiento ha aprendido de los labios sacerdotales; de aquí que es esencial a la aristocracia su subordinación al sacerdocio, como es esencial a la política su sujeción a la teología.
Por debajo del orden aristocrático, que se ocupa de la política, se encuentran las clases inferiores, burguesía y artesanado, dedicadas a la función económica de proveer de los elementos esenciales para la subsistencia material del hombre.
La burguesía interviene en las operaciones financieras y comerciales y en la dirección de la producción. El artesanado, en la ejecución de los diferentes oficios. Uno dirige, el otro ejecuta. Una aporta capital, el otro su trabajo. Uno y otro viven asociados en mutua colaboración dentro del ámbito económico, y a su vez subordinados a la aristocracia y al sacerdocio, que cumplen funciones más altas dentro del ámbito más amplio de la vida humana.
Las cuatro funciones esenciales que acabamos de exponer, lo mismo que las cuatro formalidades que constituyen el hombre, están articuladas en una jerarquía de servicio mutuo.
El artesanado sirve a la burguesía y la burguesía sirve al artesanado en cuanto lo dirige y tutela, así como la vida vegetativa sostiene los órganos sensoriales y a su vez es servida por ella, ya que el animal, por medio de sus sentidos, se procura el sustento vegetativo.
El artesanado y la burguesía, unidos en la cooperación económica, sirven a la nobleza y son servidos por ella, que les garantiza el ordenamiento virtuoso, del mismo modo que los sentidos contribuyen al adquisición de las ideas, y éstas rectifican y perfeccionan el conocimiento sensitivo.
El artesanado, la burguesía y la aristocracia sirven al sacerdocio, pues los dos primeros le aseguran la sustentación económica y el tercero la convivencia virtuosa, y a su vez son servidos por él en cuanto el sacerdocio consolida el ordenamiento económico y político de aquellos por la virtud santificadora que dispensa; es de modo análogo a cómo el hombre con su entendimiento se convence de la necesidad de admitir la Revelación sobrenatural y ésta ratifica el conocimiento de las verdades naturales.
Un orden normal de vida es un orden esencialmente jerárquico, una jerarquía de servicios. Y el orden jerárquico integra en la unidad lo múltiple. Así las familias se integran en la unidad de las corporaciones; las corporaciones en la unidad de la nación bajo un mismo régimen político; las naciones en la unidad de la Cristiandad por la adoración de mismo Dios, en un mismo bautismo y en un mismo Espíritu.
Y en esto señalamos el criterio que nos debe guiar en la apreciación de las culturas.
Una cultura no es más que “el hombre manifestándose”, una cultura será tanto más rica cuanto más ricas sean las manifestaciones del hombre.
El valor de esas manifestaciones se debe ponderar de acuerdo a su contenido de realidad. La Realidad subsistente es Dios, de quien deriva todo bien y de quien todo bien finito no es sino participación. De aquí que una cultura será tanto más rica cuanto más divinas, cuanto más cercanas a Dios sean las manifestaciones del hombre.
El hombre es un conflicto de potencia pura y acto puro, puede realizar culturas tan diversas como la divina de la Edad Media y la diabólica de la Rusia comunista.
El hombre es un conflicto de potencia pura y de acto puro, hemos dicho. Es potencia pura porque, como explican Aristóteles y Santo Tomás, el entendimiento humano está en potencia con respecto a todos los inteligibles, y por ello el hombre al principio es como una tabla rasa, en la cual no hay nada escrito. Es acto puro porque, gracias a la actividad del entendimiento agente, puede actualizarse todo inteligible. Puede elevarse, pues, desde la realidad más ínfima hasta Dios por participación, o puede contentarse con ser sólo hombre, como acaeció en el racionalismo de la edad clásica, o puede convertirse en animal, como sucede en el hombre del siglo XIX, o puede ser simplemente “cosa”, como se empeña en convertirlo la dictadura proletaria.
En el hombre, conflicto de potencia pura de acto puro, coexisten, desde la redención, cuatro formalidades fundamentales que explican las cuatro etapas posibles de un ciclo cultural.
En efecto, el hombre es algo, es una cosa. El hombre es animal, es un ser sensible, que sigue el bien deleitable.
El hombre es hombre, es un ser racional que se guía por el bien honesto.
Y por encima de estas tres formalidades, el hombre, participando de la esencia divina, está llamado a la vida en comunidad con Dios.
Existen, pues, en el hombre, cuatro formalidades esenciales:
La formalidad sobrenatural o divina.
La formalidad humana o racional.
La formalidad animal o sensitiva.
La formalidad de realidad o de cosa.
En el hombre normalmente constituido (digamos también en una cultura normal), estas cuatro formalidades deben estar articuladas en un ordenamiento jerárquico que asegure su unidad de dinamismo.
Y es así que el hombre es algo para sentir como animal; siente como animal para razonar y entender como hombre; razona y entiende como hombre, para amar a Dios como Dios. O sea: la formalidad de realidad que hay en él debe estar subordinada a su función de animal; la de animal, a su función de hombre; la de hombre; a la sobrenatural.
Lo cual se comprueba aun en el campo experimental por el hecho de que los procesos fisicoquímicos del hombre están al servicio de las funciones vegetativas del hombre, ésta al servicio del funcionamiento normal de los sentidos; la vida sensitiva asegura, a su vez, la adquisición de las ideas y la vida psicológica superior, con todo el ordenamiento económico, político y moral, que no es más que un medio para que el hombre se ponga en comunicación con su Creador. Por esto, profundamente ha podido escribir Santo Tomás de Aquino que todos los oficios humanos parecen servir a los que contemplan la Verdad.
En otras palabras: la mística, la contemplación de los santos, que no es sino el ejercicio más alto de la santidad, es el destino más elevado de todo hombre; y así como no puede haber hombre más humano que el santo, no puede haber cultura más cultural (de mayor densidad cultural) que aquella que esté bajo el signo de la santidad, como lo estuvo dentro la inevitable imperfección de lo terrestre la cultura medieval.
Si estas cuatro formalidades que constituyen al hombre son proyectadas socialmente, se tienen cuatro funciones bien caracterizadas:
A la formalidad de cosa responde la función económica de ejecución – trabajo manual--, que cumple el obrero en un oficio particular;
A la formalidad de animal corresponde la función económica de dirección –capital--; que cumple la burguesía en la producción de bienes materiales;
A la formalidad de hombre corresponde la función política—aristocracia , gobierno de los mejores en su sentido etimológico, que cumple el político en la conducción de una vida virtuosa de los demás hombres;
A la formalidad sobrenatural corresponde la función religiosa del sacerdocio, que se ocupa de conducir los hombres a Dios.
Antes de indicar cuál es el ámbito propio de cada una de esas funciones, observamos que las tres primeras son del derecho humano, es decir, pueden revestir diversas formas de realización, con tal de que se respete su naturaleza esencial; no así la cuarta, el sacerdocio, que por voluntad de Cristo tiene circunscripta su forma concreta de constitución en el episcopado unido con el Pontífice Romano. En efecto, Jesucristo, el hijo de Dios, a quien le ha sido dado todo el poder en el cielo y en y en la tierra, ha comunicado su misión al episcopado en unión con el Pontífice de Roma cuando en las personas de Pedro y de los apóstoles ha dicho: “ Id, por lo tanto, y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”.
Hemos de exponer ahora las atribuciones propias de los grupos sociales que desempeñan estas funciones. El sacerdocio, digamos la Iglesia, tiene como función asegurar la vida divina del hombre, incorporándolo a la sociedad de los hijos de Dios y manteniéndolo en ella. Para eso la Iglesia ejerce funciones de Maestra, y en este carácter es depositaria e intérprete auténtica de todas las verdades reveladas por Dios al hombre. Ejerce funciones de sacerdote, y en este carácter, santifica con la virtud que brota del sacrificio perenne a todos sus miembros pecadores. Ejerce funciones de Pastor y en ese carácter, rige la conducta de los hombres. Su dominio se extiende a todo el ámbito de lo espiritual, sea interno o externo, privado o público, individual, doméstico o social. Nada que de un modo u otro tenga atingencia con el orden eterno está sustraído a su jurisdicción. Si el gobierno temporal de un príncipe perjudica a la gloria de Dios y a la salvación eterna de sus súbditos, la Iglesia puede y debe, en virtud de su universal jurisdicción en lo espiritual, aplicar medidas de coerción contra el príncipe, que pueden llegar hasta la deposición.
La función política, fundamento de la aristocracia tiene como fin propio hacer virtuosa la convivencia humana. El ser humano debe vivir en sociedad para lograr su perfección. Y la realización de la virtud es función propia de aquella clase social que en una y otra forma tiene en sus manos la función política. La cual no puede ser sino aristocrática, esto es, gobierno de los virtuosos en la acepción etimológica, ya que sólo quien posee la virtud puede hacerla imperar.
La aristocracia no define en qué consiste la virtud. Eso es atribución del poder sacerdotal, según aquello de que “los labios del sacerdote guardarán la ciencia y de su boca aprenderán la ley”.
La aristocracia lleva a la realización práctica el estado de virtud cuyo conocimiento ha aprendido de los labios sacerdotales; de aquí que es esencial a la aristocracia su subordinación al sacerdocio, como es esencial a la política su sujeción a la teología.
Por debajo del orden aristocrático, que se ocupa de la política, se encuentran las clases inferiores, burguesía y artesanado, dedicadas a la función económica de proveer de los elementos esenciales para la subsistencia material del hombre.
La burguesía interviene en las operaciones financieras y comerciales y en la dirección de la producción. El artesanado, en la ejecución de los diferentes oficios. Uno dirige, el otro ejecuta. Una aporta capital, el otro su trabajo. Uno y otro viven asociados en mutua colaboración dentro del ámbito económico, y a su vez subordinados a la aristocracia y al sacerdocio, que cumplen funciones más altas dentro del ámbito más amplio de la vida humana.
Las cuatro funciones esenciales que acabamos de exponer, lo mismo que las cuatro formalidades que constituyen el hombre, están articuladas en una jerarquía de servicio mutuo.
El artesanado sirve a la burguesía y la burguesía sirve al artesanado en cuanto lo dirige y tutela, así como la vida vegetativa sostiene los órganos sensoriales y a su vez es servida por ella, ya que el animal, por medio de sus sentidos, se procura el sustento vegetativo.
El artesanado y la burguesía, unidos en la cooperación económica, sirven a la nobleza y son servidos por ella, que les garantiza el ordenamiento virtuoso, del mismo modo que los sentidos contribuyen al adquisición de las ideas, y éstas rectifican y perfeccionan el conocimiento sensitivo.
El artesanado, la burguesía y la aristocracia sirven al sacerdocio, pues los dos primeros le aseguran la sustentación económica y el tercero la convivencia virtuosa, y a su vez son servidos por él en cuanto el sacerdocio consolida el ordenamiento económico y político de aquellos por la virtud santificadora que dispensa; es de modo análogo a cómo el hombre con su entendimiento se convence de la necesidad de admitir la Revelación sobrenatural y ésta ratifica el conocimiento de las verdades naturales.
Un orden normal de vida es un orden esencialmente jerárquico, una jerarquía de servicios. Y el orden jerárquico integra en la unidad lo múltiple. Así las familias se integran en la unidad de las corporaciones; las corporaciones en la unidad de la nación bajo un mismo régimen político; las naciones en la unidad de la Cristiandad por la adoración de mismo Dios, en un mismo bautismo y en un mismo Espíritu.
SIGNIFICADO DE NUESTRO ESCUDO DE ARMAS
La Santa Cruz es donde Nuestro Señor Jesucristo nos ha redimido del pecado al que estaba sometida la humanidad entera, y nos ha hecho partícipe de la Vida Eterna.
Con el gran Sacrificio de la Cruz Dios ha elevado al hombre, por la sangre de su Divino Hijo.
El hombre debe ser digno de tan preciado regalo y dar los frutos para poder lograr llegar al Cielo.
La corona Representa el reinado de Cristo nuestro único Rey al cual debemos seguir como dignos servidores de su Amor, para que en nuestra sociedad renazca el amor a Cristo Rey y así lograr que nuestra Patria perdure su amor y nos de la fuerza para combatir los males que la someten.
Las espadas representa; una de ellas Nuestra Santa Madre la Iglesia Católica la cual como única y verdadera debe iluminar para llegar al conocimiento de la Verdades Reveladas por Nuestro Señor. La Iglesia debe guiar al Estado para que este no se aparte de la verdad y la justicia y, en unión, el Estado debe protegerla de todo mal y permitirle su labor santificadora.
La otra espada representa el Estado el cual debe estar separado de la labor de la Iglesia pero unido a ella, es decir juntas pero no mescladas. Cada una de ellas tiene una labor distinta y la parte que le toca al Estado, es decir a la Política, es la de velar por el bien común de todos, para que cada miembro de la sociedad pueda desarrollarse en sus aspectos físico, material, psíquico y espiritual.
Uno de los arados simboliza la economía es decir el capital, propiamente dicho quienes administran el dinero que debe estar por debajo de la Política, al servicio de ella, la cual como dijimos la que vela por el bien común del Estado.
La función primordial es además proteger al otro de los arados que es el trabajador, quien ofrece su labor por el progreso de todos en forma ascendente, es decir al empresario poseedor del capital y a la Política, son ellos los que hacen funcionar junto con los empresarios la economía del Estado.
Nuestra Bandera, símbolo de nuestra Nación, portadora de los colores de Ntra. Señora de Luján, que embanderó el Gral. Belgrano digno servidor de nuestra patria y el Gral. San Martín dio libertad a estas tierras con sus mismos colores.
Este pabellón representa el alma de nuestro país, al cual debemos honrar con nuestros actos como herederos de la Cristiandad Hispana y con un destino marcado desde nuestras raíces con sangre de Héroes y no con hechos de traidores.
Debemos enarbolar nuestro estandarte patrio sabiendo lo que significó para quienes la llevaron con dignidad y como la llevaremos en un futuro eso depende de nosotros. Pidamos a Ntra. Madre María Santísima de Lujar que nos proteja y nos guíe hacia un destino eterno como Patria.
¡¡LIBRES EN CRISTO REY!!